Hemos comenzado la semana con la
noticia del atentado sufrido por la talla de
“Nuestro Padre Jesús del Gran Poder”, una de las imágenes de mayor devoción en la Semana Santa Sevillana. El hecho ha causado gran conmoción entre sus devotos y, por supuesto, entre todos los amantes del arte, ya que el Gran Poder es una talla de gran valor histórico-artístico realizada en 1620 por el gran escultor barroco cordobés Juan de Mesa.
La noche del domingo, tras la celebración de la misa en la basílica, aprovechando el besa-piés tras la misma, un hombre, al parecer con las facultades mentales disminuidas, y diciendo ser un enviado divino, se abalanzó contra la imagen, le rasgó la túnica, le arrancó un brazo y la emprendió a golpes con ella.
Los ataques contra las obras de arte se han producido desde la Antigüedad. Ya en el siglo IV a.C., Eróstrato quemó el templo de Artemisa de Éfeso, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo, con el único fin de lograr la celebridad.
La enfermedad mental es uno de los motivos más habituales en este tipo de acciones.
Éste era el caso de Laszlo Toth, el geólogo húngaro que el 21 de mayo de 1972 atentó contra la Pietá de Miguel Ángel. Vestido de esmoquin negro y camisa roja, y camuflado entre la multitud, burló la seguridad y propinó a la escultura quince martillazos antes de ser apresado, mientras repetía: ¡Yo soy Jesucristo! ¡Yo soy Jesucristo y he regresado de la muerte!
Toth le rompió el brazo izquierdo, la nariz, las cejas y la frente a la virgen. Los pedazos esparcidos por el suelo fueron recuperados y se llevó a cabo una delicada restauración. Hasta junio de 1973, trece meses tras el ataque, La Piedad no volvió a ser expuesta.
A partir de ese hecho numerosas grandes obras de arte "se blindaron".
Un caso similar es el de Piero Cannata, con diagnóstico de esquizofrenia, que en 1991, también con un martillo, destrozó el pie izquierdo del David de Miguel Ángel. La restauración costó ¡30 millones de dólares!.
Dos años más tarde atentó contra los frescos de Filippo Lipi en la catedral de Prato y el altar mayor de Santa María delle Carceri de la misma ciudad italiana. Y en 1999, en la Galería Nacional de Arte Contemporáneo de Roma, pintó con un rotulador el cuadro Senderos ondulados, de Pollock.
Los vacíos legales de las leyes italianas impidieron mantener preso al terrorista florentino, aunque desde luego, está fichado en todos los museos y galerías para impedir su entrada.
Cannata ha manifestado que no puede contener los atentados: “Lo volveré a hacer . El arte no existe y pisar al David es como aplastar una vulgar cajetilla de cigarros”.
Otra de las piezas preferidas por los terroristas del arte es la Mona Lisa, que actualmente está protegida con un cristal lo suficientemente fuerte como para soportar un ataque con granadas, ya que ha sido atacada en varias ocasiones e incluso fue robada y recuperada varias veces, la más famosa en 1911 por un italiano que quiso devolverla a su país de origen.
En 1956, Ugo Ungaza Villegas, un inmigrante boliviano de visita en Francia, le tiró una piedra. Ese mismo año, un vándalo intentó rociar de ácido la parte baja de la pintura. En 1974 una mujer en silla de ruedas, molesta por las políticas del museo respecto a las personas discapacitadas, le arrojó una lata de pintura roja cuando la Gioconda era expuesta en el Museo Nacional de Tokyo.
El más reciente fue en agosto de 2009. Una mujer rusa frustrada porque no logró obtener la ciudadanía francesa tiró una taza de té. Gracias al cristal blindado que la protege, la pintura no sufrió ningún daño.
Pero en ocasiones no es el deseo de dañar la obra lo que lleva a la agresión. Es el caso de las debidas al
síndrome Stendhal que describe las extrañas reacciones que pueden sufrir algunas personas expuestas a una "sobredosis de belleza".
Tal vez esta fue la razón por la que Rindy Sam , juzgada en Aviñón en 2007, besó con los labios pintados con carmín rojo un cuadro completamente blanco de Cy Twombly expuesto en esa ciudad. En su defensa argumentó que su beso «fue un acto de amor».